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Isabel I de Inglaterra
 

Isabel Tudor, hija de Enrique VIII y de Ana Bolena, su segunda esposa, nació el 7 de septiembre de 1533 en el palacio de Greenwich. Del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón solo había sobrevivido una hija, María, y el rey deseaba garantizar
 la continuidad de su dinastía con un hijo varón que su esposa ya no estaba en condiciones de proporcionarle. El monarca pidió al papa la anulación de su matrimonio y, después de seis años de infructuosas negociaciones y de un acercamiento cada vez mayor al protestantismo, en mayo de 1533 una comisión eclesiástica anglicana anuló el matrimonio real y declaró válida la boda secreta del rey con Ana Bolena, que al parecer se había celebrado en enero de ese año.
La infancia de la princesa Isabel fue muy dura. Por una parte, para los católicos ingleses nunca dejó de ser «la bastarda», por otra, cuando apenas contaba dos años y medio de edad, su madre fue acusada de adulterio condenada a muerte y ejecutada. Al día siguiente de la ejecución, Enrique VIII declaraba ilegítimas a sus dos hijas y contraía matrimonio con Juana Seymour. A pesar de la ilegitimación, Isabel siguió viviendo en la corte de su padre. Allí, de mentores evidentemente cercanos al protestantismo, recibió una educación esmerada que le llevó a poseer una sólida formación humanística. Leía griego y latín y hablaba perfectamente las principales lenguas europeas de la época: francés, italiano y castellano.
El testamento de Enrique VIII establecía el orden de sucesión al trono de los tres hijos que le sobrevivieron. El primer lugar lo ocupaba Eduardo, un muchacho enfermizo y único descendiente varón del rey, y los hijos que pudiera tener; seguía María y finalmente Isabel. Durante los reinados de sus dos hermanastros se intentó utilizar a Isabel como instrumento de la oposición. Sólo su gran prudencia le evitó ser considerada cómplice de un delito de alta traición contra Eduardo VI. Cuando éste murió, en 1553, apoyó a María I frente a Juana Grey, biznieta de Enrique VIII que fue proclamada reina el 10 de julio de 1553 para poco después ser detenida y condenada a muerte en el proceso por la conspiración de Thomas Wyat, un movimiento destinado a impedir el matrimonio de María I con su sobrino Felipe, futuro Felipe II de España, y por tanto a debilitar la reacción ultracatólica de la reina. Durante la investigación de este caso, Isabel estuvo encarcelada durante algunos meses en la torre de Londres, ya que su inclinación por la doctrina protestante la hizo sospechosa a ojos de su hermanastra a pesar del apoyo que ella le había brindado.
El reinado de María l fue poco afortunado. Su persecución contra los protestantes le valió ser conocida como María la Sanguinaria su alianza con España indignó a los ingleses, sobre todo porque condujo a una guerra desastrosa contra Francia en la que Inglaterra perdió Calais y la evolución económica del país fue bastante desfavorable. En 1558 murió María sin descendencia y, de acuerdo con el testamento de Enrique VIII, debía sucederla Isabel. El partido católico volvió a esgrimir sus argumentos acerca de la ilegitimidad de la heredera y apoyó las pretensiones de su prima María I Estuardo de Escocia. Sin embargo, los errores del anterior reinado y la conocida indiferencia de Isabel en la polémica religiosa hicieron que fuera aceptada de buen grado tanto por los protestantes como por la mayoría de católicos. Por otra parte también influía en la aceptación su aspecto joven, hermoso y saludable, que contrastaba notablemente con el de sus dos hermanastros: enfermizo el uno, avejentada y amargada la otra.
 
El «renacimiento isabelino»
Hija y hermana de reyes, acostumbrada a enfrentarse a las adversidades y a mantenerse alejada de las conjuras, Isabel I ocupó el trono a los veinticinco años de edad. Era la reina de Inglaterra e iba a ser intransigente con todo lo que se relacionara con los derechos de la corona, pero seguiría mostrándose prudente, calculadora y tolerante en todo lo demás sin más objetivo que sus intereses y los de su país, que vivía en plena ebullición religiosa intelectual y económica y que tenía exacerbado el sentimiento nacionalista. Uno de sus primeros actos de gobierno fue nombrar primer secretario de Estado a sir William Cecil, un hombre procedente de la alta burguesía y que compartía la prudencia y la tolerancia de la reina. Cecil mantuvo la plena confianza de Isabel I durante cuarenta años; al morir, su puesto de consejero fue ocupado por su hijo.
En el terreno religioso, Isabel I restableció el anglicanismo y lo situó en un término medio entre la Reforma protestante y la tradición católica. En el campo político la amenaza más importante procedía de Escocia, donde María I Estuardo, católica y francófila, proclamaba sus derechos al trono de Inglaterra. En 1560 los calvinistas escoceses pidieron ayuda a Isabel, quien vio la ocasión de debilitar a su adversaria, y en 1568, cuando la reina escocesa tuvo que refugiarse en Inglaterra, la hizo encerrar en prisión. Por otra parte, Isabel I ayudaba indirectamente a los protestantes de Francia y de los Países Bajos, mientras que los navegantes y comerciantes ingleses tomaban conciencia de las posibilidades atlánticas y se enfrentaban al monopolio español en América. Era, por tanto, inevitable el choque entre Inglaterra y España, los antiguos aliados en época de María I Tudor.
Mientras Felipe II de España daba crédito a su embajador en Londres y a María Estuardo, los cuales pretendían que en Inglaterra existían condiciones para una rebelión católica que daría el trono a María, Isabel I y William Cecil apoyaban las acciones corsarias contra los intereses españoles, impulsaban la construcción de una flota naval moderna e intentaban retrasar el enfrentamiento entre los dos reinos.
Después de ser el centro de varias conspiraciones fracasadas, en 1587 María Estuardo fue condenada a muerte y ejecutada. Felipe II, perdida la baza de la sustitución de Isabel por María, preparó minuciosamente y anunció a los cuatro vientos la invasión de Inglaterra. En 1588, después de que Drake atacara las costas gallegas para evitar las concentraciones de navíos, se hicieron a la mar 130 buques de guerra y más de 30 embarcaciones de acompañamiento, tripuladas por 8.000 marinos y casi 20.000 soldados: era la Armada Invencible, a la que más tarde, según los planes, debían apoyar los 100.000 hombres que tenía Alejandro Farnesio en Flandes. Los españoles planteaban una batalla al abordaje y un desembarco; los ingleses, en cambio, habían trabajado para innovar la guerra en la mar. Sus 200 buques, más ligeros y maniobrables, estaban tripulados por 12.000 marineros y sus cañones tenían mayor alcance que los de los españoles. Todo ello, combinado con la furia de los elementos, pues los barcos españoles no eran los más adecuados para soportar las tempestades del océano, llevaron a la victoria inglesa y al desastre español. La reina Isabel I, que había arengado personalmente a sus tropas, fue considerada la personificación del triunfo inglés e incrementó el alto grado de compenetración que ya tenía con su pueblo. Tras este momento culminante de 1588 los últimos años del reinado de Isabel I aparecen bastante grises y en ellos sólo sobresale la preocupación de la reina por poner orden en las flacas finanzas inglesas, la rebelión irlandesa, pronto sofocada, y el crecimiento del radicalismo protestante.
Pese a que una de las constantes de Inglaterra en la época de Isabel I fueron los conflictos dinásticos, la reina nunca contrajo matrimonio. Se han elaborado multitud de teorías sobre ello, desde las que atribuyen su soltería a malformaciones físicas hasta las que buscan explicaciones psicológicas derivadas de sus traumas infantiles. En cualquier caso, Isabel I efectuó varias negociaciones matrimoniales, en todas las cuales jugó a fondo la carta diplomática para obtener ventajas para su país, y, por otra parte, tuvo numerosos favoritos, desde su gran escudero lord Robert Dudley hasta Robert Devereux, conde de Essex, veinte años más joven que ella y que pagó con la vida su intento de mezclar la influencia política con la relación amorosa, algo que Isabel I nunca permitió a los hombres a quienes concedía sus favores.
La formación humanística de Isabel I la llevó a interesarse por las importantes manifestaciones que se produjeron durante su reinado en el campo del arte. El llamado «renacimiento isabelino» se manifestó en la arquitectura, en la música y sobre todo en la literatura, con escritores como John Lyly, Christopher Marlowe y principalmente William Shakespeare, auténticos creadores de la literatura nacional inglesa. En cuanto a la economía, durante su reinado se inició el desarrollo de la Inglaterra moderna. Su política religiosa permitió que se establecieran en sus dominios numerosos refugiados que huían de la represión en los Países Bajos, lo cual, unido al proteccionismo gubernamental, impulsó la industria de los paños. Por otra parte, el crecimiento de la actividad comercial y la rivalidad con España provocaron un gran desarrollo de la industria naval.
La llamada Reina Virgen, que ocupó el trono durante cuarenta y cinco años, murió el 23 de marzo de 1603 y dejó como único heredero a Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, hijo de María I Estuardo, con lo que se inició el proceso de unificación entre los dos reinos.
 

 

 
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