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Johann Sebastian Bach
 

Johann Sebastian Bach es, sin duda, el miembro más destacado de una familia en la que se han contabilizado unos cincuenta músicos, entre compositores e intérpretes, a lo largo de los siglos xvii y xviii alemanes. No resulta sencillo hacerse cargo de un fenómeno de tan complejas características, si no recordamos, por un lado, la jerarquización y estratificación de una sociedad en la que las artes y oficios se transmitían y se aprendían en familia, y, por otro, la importancia social política e incluso teológica que la música sacra tuvo para la consolidación de la Reforma de Martín Lutero en Alemania.
Lutero, en efecto, se propuso centrar la vida social y espiritual de la comunidad en un único servicio religioso, a celebrar sólo los domingos, y en lengua vernácula. Pueden verse, pues, las implicaciones políticas y teológicas de su rechazo al canto gregoriano y sacerdotal y al latín, y del paralelo reforzamiento de la música para órgano y de las corales. La vida de Johann Sebastian Bach nos muestra cómo, en pleno siglo xviii, las autoridades municipales y feudales del luteranismo se tomaban como delicados temas de gobierno todo aquello relacionado con las manifestaciones de la música sacra y sus músicos. Ésta, por otro lado, se componía y transmitía en tres ámbitos estrechamente interrelacionados: el palacio, la iglesia y la familia. El mismo caso de Bach es, en este sentido, paradigmático: hombre profundamente religioso, formado en una familia de músicos de capilla, se convertiría en uno de los más afamados y respetados organistas de su tiempo, pero también compondría para palacio obras sacras y profanas, y sabemos que componía y ejecutaba cuartetos con sus propios hijos, a los que a su vez iba formando como concertistas y compositores.
Originarios de Turingia, los organistas, cantores o músicos municipales de la dinastía Bach se habían extendido por los condados de Sajonia y el principado de Arnstadt. De ellos, los primeros Bach que dejaron composiciones escritas fueron los hermanos Johannes, Christoph y Heinrich, el segundo de los cuales fue padre de Johann Ambrosius. Éste se casó con Elisabeth Lämmerhirt, que le dio ocho hijos, entre los cuales, además de Johann Sebastian, cabe recordar a Johann Christoph, destacado alumno de Pachelbel y organista de Ohrdruf, y Johann Jakob, músico militar en Suecia y Constantinopla, a quien el joven Johann Sebastian dedicó una de sus primeras composiciones conocidas: Capricho sobre la ausencia de su muy querido hermano.
Además de por otras ramas laterales, la dinastía se perpetuó en varios hijos de Johann Sebastian, algunos de los cuales, especialmente Carl Philipp Emmanuel, Johann Christoph Friedrich y Johann Christian, llegarían a eclipsar la gloria y la fama del padre como virtuosos y contribuirían a difundir sus composiciones con ocasión de sus viajes por el extranjero.
Johann Sebastian nació el 21 de marzo en la ciudad de Eisenach, en la que su padre era violinista y violista de la corte. El ambiente de la casa paterna era modesto, sin llegar a las estrecheces de la pobreza y, por supuesto, estaba impregnado de una profunda religiosidad y entregado a la música. Al cumplir Bach los nueve años murió su madre, Elisabeth, y, como era frecuente en la época, Johann Ambrosius volvió a casarse a los pocos meses para poder afrontar el cuidado de sus hijos. Pero tres meses después de la celebración de su segundo matrimonio, el 20 de febrero de 1694, también murió Johann Ambrosius, y la viuda solicitó ayuda al hijo mayor de su marido, Johann Christoph, ya entonces organista en Ohrdruf, quien se hizo cargo de sus dos hermanos más pequeños, Johann Jacob y Johann Sebastian, acogiéndolos en su casa y comprometiéndose a darles la obligada formación musical.
 
Años de formación
Johann Christoph hizo ingresar a sus hermanos en el Gimnasium de Ohrdruf, donde Bach acabó el primer ciclo de estudios en 1700, con un adelanto de dos años sobre el resto de sus compañeros, recibiendo además un sueldo de 17 talegos al año (cantidad suficiente para pagar su manutención) como miembro del coro, donde cantaba con hermosa voz de soprano infantil. El propio Johann Christoph, que había sido discípulo de Pachelbel, se convirtió en maestro de órgano del niño. No parece, sin embargo, que se diera plena cuenta de la genialidad de su hermano menor si consideramos la famosa anécdota transmitida por el propio Bach a su hijo Carl Philipp Emmanuel: Johann Christoph prohibió al niño estudiar un libro que contenía las más famosas piezas para clave de su tiempo, con obras de Froberger, Kerll y Pachelbel, libro que Bach logró transcribir a escondidas, de noche y a la luz de la luna. Descubierto el «crimen», Johann Christoph destruyó la copia. Anna Magdalena, que también narra el episodio, afirma que Johann Sebastian se lo contó «sin manifestar el menor resentimiento contra la dureza de su hermano». Anna Magdalena era menos benévola y, llevada por su fidelidad y amor a Johann Sebastian, pretendía achacar la ceguera final del compositor al esfuerzo que realizó de niño, por haber transcrito aquellas partituras «prohibidas» a la sola luz de la luna.
En marzo de 1700 el muchacho, que entonces contaba quince años de edad, marchó a Lüneburg, distante 350 kilómetros de Ohrdruf, para ingresar en el coro de la Ritterakademie, con sueldo suficiente para su mantenimiento suplementario y hospedaje en el internado. Allí tuvo que recibir la benéfica influencia del Kantor, pero sobre todo la del organista titular, Georg Böhm. Desgraciadamente, a los pocos meses de su llegada le cambió la voz y tuvo que ganarse la vida como músico acompañante y profesor de violín. Su nueva situación, sin embargo, le permitió desplazarse libremente a Hamburgo para completar su formación con Adam Reincken, que, pese a su edad, era uno de los más reputados organistas en activo de su tiempo. También frecuentó la corte de Celle, en cuya orquesta tocó como violinista por invitación de Thomas de la Selle, familiarizándose entonces con los compositores y las formas musicales francesas.
En 1702 Bach terminó el segundo ciclo de estudios escolares, y determinó llegado el momento de aspirar a un puesto estable. Tras algunos frustrados intentos de ganar una plaza como organista, fue finalmente admitido en marzo de 1703 como violinista del duque de Weimar. Pero, sin duda, su gran religiosidad o sus dotes de organista le hicieron aspirar a otro puesto: el de organista en Arnstadt, cuyo decreto de nombramiento fue firmado por el conde Anton Günther el 9 de agosto de 1703. Johann Sebastian contaba dieciocho años.
Bach aspiraba a una más completa formación que la que podían proporcionarle sus funciones dominicales en un pueblo de apenas 4.000 habitantes, y esta aspiración fue causa de su ruptura con el consejo municipal de Arnstadt: en otoño de 1705 solicitó un permiso de cuatro semanas «para aprender en Lübeck los secretos de su profesión», pero el joven transformó las cuatro semanas en cuatro meses, rindiendo fructíferas visitas a sus dos grandes maestros: Johann Adam Reincken en Hamburgo, y Georg Böhm, en Lüneburg.
También le acusó el consejo de permitir la entrada en el coro, «para hacer música con él», a una «joven extranjera». Ésta no era otra que su prima segunda Maria Barbara, con la que contraería matrimonio en 1707, pocos meses después del grave incidente. La situación en Arnstadt era, en cualquier caso, insostenible, y el ya entonces reputado ejecutante solicitó la plaza, libre por la muerte de su titular, de organista en la pequeña ciudad de Mühlhausen, plaza que obtuvo el 24 de mayo de 1707, con el no desdeñable sueldo de 85 guldens.
En la iglesia de San Blas, además de restaurar el órgano, organizar el coro, formar alumnos (entre ellos, su devoto J. M. Schubert) y cumplir con sus funciones dominicales, Bach inició la composición de cantatas religiosas, la más importante de las cuales fue la titulada Actus tragicus. Su período de formación inicial parecía concluido. Tal vez fuera ésta la razón principal que le movió a presentar su dimisión como organista de la pequeña localidad de Mühlhausen, aunque los biógrafos suelen señalar otras más concretas: sobre todo, el conflicto musical-teológico que había dividido a los feligreses, entre los seguidores del pastor Frohne, pietista radical y enemigo de innovaciones musicales, y el archidiácono Eilmar, amigo y protector de Bach, y padrino de su primer hijo. Es posible que, cogido entre dos fuegos, Johann Sebastian prefiriera dar a su carrera un cambio de rumbo al margen de unas tensiones teológicas que tan directamente le afectaban como responsable musical de la comunidad. Sus relaciones con las autoridades de Mühlhausen continuaron cordiales tras su dimisión en junio de 1708, y compuso para ellas una cantata en febrero de 1709, desgraciadamente desaparecida.
 
En las cortes de Weimar y Köthen
De 1708 a 1717 Bach residió en Weimar, y desde esta última fecha hasta 1722 en Köthen, en cuyas cortes dio a luz una obra ingente para órgano y clave, así como coral religiosa e instrumental profana. Debe recordarse, por ejemplo, que una de las obligaciones contraídas con el duque de Weimar era la de «ejecutar cada mes una composición nueva», lo que significaba una cantata original al mes.
Desgraciadamente, estos años vitales y que marcaron un cambio de estilo en sus composiciones, no pueden ser rastreados en detalle, pues sólo ha sido posible datar un número insignificante de sus creaciones. Es evidente, sin embargo, la decisiva influencia de las formas operísticas italianas y del estilo concertístico de Antonio Vivaldi. La crítica señala una evidente huella italiana en el ritornello de las cantatas 182 y 199, de 1714; las 31 y 161, de 1715; o las 70 y 147, de 1716. Las nuevas técnicas de la repetición, literal o levemente modificada, también rindieron sus espléndidos frutos en las arias, conciertos, fugas y corales de este período, entre los que cabe destacar, muy especialmente, sus preludios corales, los primeros tríos para órgano y la mayoría de preludios y fugas y de tocatas para órgano.
Allí, en Weimar, cumplía la múltiple función de organista de la capilla y de Kammermusicus, de violín solista, director del coro y maestro suplente de capilla. Allí conoció y transcribió la obra de los compositores italianos (Corelli, Albinoni, Vivaldi, etc.), formó a alumnos, como su sobrino Johann Bernhard y Johann Tobias Krebs, y trabó una estrecha amistad con el maestro Johann Gottfried Walther, quien enriqueció su arte del contrapunto y de la coral. Allí, en suma, sacó adelante a su familia, que en el momento de mudarse a Köthen incluía a cuatro hijos (otros dos habían muerto poco después del parto): Catharina Dorothea, Wilhelm Friedemann, Carl Philipp Emmanuel y Johann Gottfried Bernhard, gracias a un sueldo que, entonces, podía calificarse de altísimo.
La atmósfera de la corte, sin embargo, no estaba exenta de tensiones. El duque Wilhelm Ernst era un devoto «pietista» que intervenía personalmente en los aspectos más nimios del culto y para el que la composición y ejecución de la música sacra era una cuestión no sólo de fe, sino también de Estado. Y así, las intrigas teológico-palaciegas enfrentaron a Bach con el duque, quien llegó a encarcelar cuatro semanas al compositor cuando se enteró de que éste había obtenido el nombramiento de maestro de capilla del príncipe Leopold de Köthen sin solicitar su autorización previa.
La estancia en Köthen fue más breve, probablemente porque el espíritu profundamente religioso de Bach aspiraba a una mayor dedicación a la música sacra. Afortunadamente para la posteridad, allí disponía de un excelente conjunto instrumental completo, y a este período corresponden sus Sonatas, Partitas o Suites alemanas para cuerda, los seis Conciertos de Brandeburgo, las cuatro Oberturas, las Invenciones para dos y tres voces y las Suites francesas. Acaso como compensación a sus obligaciones de compositor profano, compuso su primer gran oratorio: La Pasión según san Juan.
De todas estas composiciones magistrales cabría destacar la primera parte del Clave bien temperado, colección de preludios y fugas en todas las claves, por su sistemática exploración de la nueva sintaxis musical, que la crítica histórica ha calificado de «tonalidad funcional», y que habría de prevalecer los siguientes doscientos años. Pero la colección del Clave bien temperado también es memorable en tanto que compendio de formas y estilos populares que, pese a su variedad, aparecen homologados por la lógica rigurosa de la técnica composicional de la fuga.
Éstos fueron, sin duda, años de felicidad para Johann Sebastian, cuando inesperadamente, a la vuelta de un breve viaje, recibió la noticia de la súbita muerte de su esposa Maria Barbara, fallecida pocos días antes del regreso, el 7 de julio de 1720. Meses más tarde, en Hamburgo, Bach conoció a la joven Anna Magdalena Wilken, hija de un trompetista de Weissenfelds, a la que pidió en matrimonio. Cabe observar que, para la mentalidad y necesidades de un viudo de aquel tiempo, con cuatro hijos menores a su cargo, nada había de extraño en un rápido segundo matrimonio, que habría de recibir la aprobación general. Además, Anna Magdalena era una intérprete aventajada, bien dotada para el canto, que profesó toda su vida una ejemplar devoción por Johann Sebastian, convirtiéndose con el tiempo en la cronista de la familia Bach, con la que están en deuda todos los biógrafos posteriores. La boda se celebró aquel mismo año. Fue éste otro matrimonio feliz del que habrían de nacer trece hijos, el benjamín de los cuales fue Johann Christian, el músico cuyas composiciones tanto influirían en el primer Mozart.
 
El Kantor de Leipzig
La muerte del Kantor de Leipzig en 1722 le brindó al compositor la esperada oportunidad para dedicarse a la composición sacra. La obtención de la plaza no le resultó fácil, siendo concedida ésta primero a Telemann y luego a Graupner y sólo en tercer lugar a Johann Sebastian. Éste, para conseguirla, tuvo que aceptar gravosas condiciones, no tanto económicas cuanto laborales, pues, además de sus funciones religioso-musicales en las iglesias de Santo Tomás y de San Nicolás, debía hacerse cargo de tareas pedagógicas en la escuela de Santo Tomás, entre ellas la enseñanza del latín, que le produjeron notables sinsabores. Sabemos que, entre sus compromisos, estaba el de que la música interpretada los domingos no fuera «de carácter teatral» e incitara «a los oyentes a la devoción».
Éste fue el más glorioso y productivo período de la vida del compositor, con una producción de, al menos, tres ciclos de 60 cantatas cada uno (1723-1724, 1724-1725 y 1725-1727), de las que se han perdido unas 100, en las que, sin abandonar el contrapunto, se despojó de toda retórica, esforzándose en representar musicalmente la palabra. En 1724 y 1727 estrenó respectivamente la Pasión según san Juan (escrita en Köthen) y la Pasión según san Mateo. Fue también el esplendoroso período del Magnificat en re bemol mayor (1723), el Oratorio de Pascua (1725), el de Navidad (1735), el de la Ascensión (1735) y el de la primera versión de la Misa en si menor (1724). Sus muchos hijos, sin embargo, le obligaban a la composición de obras profanas de compromiso con las que obtener ingresos suplementarios, sobre todo a partir de 1729, en que, a raíz de su nombramiento como director del Collegium Musicum, pasó a disponer de un buen conjunto instrumental con el que llegó a dirigir un concierto por semana. Así, éste también fue el período de sus Clavierübung, del Concierto italiano (1734), las Variaciones Goldberg (1741-1742) y la parte II del Clave bien temperado (1744), entre otras muchas composiciones.
Viajó ininterrumpidamente, dada su reputación de organista, y recibió en su casa la visita de músicos amigos y discípulos, pero no pudo hacer realidad su propósito de un encuentro con Händel. Cabe destacar de entre sus viajes, el realizado a Dresde en 1736, con ocasión de su nombramiento como compositor de corte del elector de Sajonia y del rey de Polonia, y el realizado en 1747 a Berlín, para tocar ante Federico el Grande, al que dedicó su Ofrenda musical. Bach tenía entonces sesenta y dos años, y el comentario de Federico II puede ilustrarnos sobre su situación vital y musical: «Señores: el viejo Bach acaba de llegar a Berlín». Un comentario que implica respeto, pero también un cambio de sensibilidad en los tiempos, que iban a ir arrinconando la figura del «viejo» compositor, eclipsado por la fama de los músicos jóvenes, entre los que incluían algunos de sus propios hijos, y en especial Carl Philipp Emmanuel. Admiración por el virtuoso del órgano y el clave; críticas reticentes, cuando no despectivas, por el compositor: he aquí un estado de opinión que, aunque no generalizado, reflejan los comentarios críticos de Mattheson y, sobre todo, del organista Scheibe.
Conflictos crecientes, por rencillas burocráticas, con las autoridades municipales y eclesiásticas de Leipzig (por las que en 1737 Bach llegó a renunciar a la dirección del Collegium Musicum), y críticas y arrinconamiento profesional, éste fue el panorama de la vida del genio en sus últimos años, que sólo compensó con la devoción de los suyos y la fidelidad de sus viejos amigos y discípulos, además, naturalmente, del consuelo que le reportaba el binomio composición-sentimiento religioso y espiritual de la existencia. Para colmo de males, en 1749 su debilitada vista sucumbió ante unas cataratas y, sobre todo, por el tratamiento de los médicos. En 1750 el cirujano inglés John Taylor le dejó definitivamente ciego, y los médicos de la corte le postraron para siempre en cama con reiteradas sangrías, en aquel tiempo reputadas como la panacea universal de la ciencia médica. Pocos días antes de su muerte, sin embargo, recuperó la vista. Anna Magdalena le acercó una rosa roja. Luego Bach quiso que sus hijos le cantasen «una hermosa canción sobre la muerte». Lo que así hicieron. Murió a los pocos días, el 28 de julio de 1750.
Su magna obra hubiera corrido el riesgo de perderse a no ser por la fidelidad de un reducido número de discípulos, entre los que se encontraban sus propios hijos. Pero no se le rindió tributo universal hasta la publicación de la biografía de Forkel y la ejecución integral de La Pasión según san Mateo, en 1829, dirigida por Felix Mendelssohn.
 

 

 
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